Desde la cuna, mayormente, la vida es una guerra, bum, bum, guerra. De luz y de color, entre otras particularidades.
Y nos pasamos el calendario de los años batallando. Por ejemplo, con las palabras. Las palabras son caballos de rodeo, que dan saltos y coces, y que tienden a desmontar al jinete que les hinca la lengua en el vientre. Las palabras se encabritan y se encabriolan, y ser persona es cabalgar sobre sus lomos sin dificultad por las praderas extensas e intensas de este valle de lágrimas y concursos. Ser escritor es ya montar a pelo, galopar cogido a las crines del caballo verde del lenguaje como si tal cosa, y si el caballo se pone farruco y se adorna con un salto raro, tú vas y no te caes. Y saludas con el sombrero al respetable. A los niños les lleva tiempo domesticar el caballo loco de las palabras, porque tienen los músculos de trapo.
Pero mi hijo de tres años, que es tan listo como yo, sabe decir chica guapa en inglés. O sea, «pretty woman». Y, además, para mayor despelote, baila la canción perfectamente, subido a su triciclo y sin subirse. Como se le ponga. Con las palabras, los españoles, con tanto acento y tanto idioma periféricos, hemos ido siempre al bies (galicismo). Un español que diga todas las palabras completas, de pé a pá, y con todas las letras en su sitio es un prodigio que sale de tanto en tanto. Decir bien croqueta es más difícil que hacerla y que comerla. Y decimos cocreta, y nos sabe igual de rica, aunque sea congelada.
Si las letras nos cocean, los números, más los romanos, nos patalean. Conocía yo a uno que a Pablo VI le llamaba siempre Pablo Bi. Y los dos se murieron sin enterarse. Y una vez, hace de esto la tira, al pelotari Atano X le llamaron por la tele Atano Equis. Ordinarios agravios de los ordinales. Ahora la clientela, y a eso iba, va de cráneo con las palabras inglesas que ha traído el despendole consumista.
Porque para consumir hay que subirse a la montura del inglés. Consumir en español es estar bajo el cielo protector de Cáritas. Los que no necesitan del inglés para comprar es que están en el salario mínimo. Así, por ejemplo, me dé un cucurucho de cacahuetes, pese a todo alcahueses, con lo que se evita sabiamente la pequeña escatología. Eso es la censura, morderse la lengua y pronunciar mal la realidad incómoda. La caca del cacahuete.
Entonces ahora, jinetes sobre la electrónica o lo que sea, los macarrillas con posibles dicen que se van a comprar el compadís, porque la música del compadís suena muy bien mientras te lees un betseler. Y tan contentos. Cuando ya aprenden a decir compadís como se dice compadís, les sacan otro palabro loco de los chiqueros. Y vuelta a descrismarse. Ya nos pasó con el livin y con el ofis. Hay palabras difíciles de montar.
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