'La distinción moral es un rasgo esencial de toda distinción', escribe el historiador Paul Veyne en un libro que os aconsejo ardientemente, Sexo y poder en Roma. Habla de la Roma clásica, me apresuro a aclarar, porque en la actual, moral y distinción son dos conceptos raros por mucho que se distinga a la legua a toda clase de bellezas dispuestas a lo que sea, y a pesar de que el omnipresente Vaticano les queda allí mismo: en casa del herrero…
Estaba precisamente pensando en lo poco que se utiliza la palabra distinción cuando se quiere alabar en nuestros días el aspecto de una mujer mientras miraba fotos de Megan Fox, la última chica mala de Hollywood.
No, ella no es distinguida ni recta, pero a la vista está que tiene sus ardides. El más trillado es presentarse como una sinuosa llamarada. En ella todo es redondo y caliente, desde las ondas del pelo, logradas a base de tenacillas, hasta ese escote líquido y proteico, pasando por el beso insinuado con los morritos en ristre, un cristalino beso soplado a fuego lento que quemará a quien alcance; un beso que huele a chamusquina. Sí, Megan, megaproducida desde el principio de su carrera como un objeto de perdición, sólo acierta a desvestirse y despedirse a la francesa antes de arder en el infierno y hasta in situ.
Así aparece en el último videoclip de Eminem, mientras Rihanna, otro de los cuatro elementos -no me pregunten cual-, entona un lamento vagamente masoquista: Sólo quédate ahí y mírame arder/ pero está bien porque me gusta cómo duele./ Sólo quédate ahí y óyeme gritar/ pero está bien porque me gusta tu forma de mentir. Total, que en este ambiente caldeado la cosa sigue hasta la total extinción del decorado, de las blancas carnes de Megan, de su consuetudinario osito de peluche, de los inevitables prados de trigo arrasados y de nuestra paciencia.
También jugar con fuego es lo que hace la actriz en Jennifer's body, una previsible comedia de terror con guión de la prometedora Diablo Cody, en la que encarna a una animadora de baloncesto atrapada en una posesión demoníaca de ida y vuelta que la transforma en una come hombres en el sentido más literal: se los zampa a manos llenas. En fin, que de diablura en diablura y de incendio en incendio la fama ha ido llamando a su puerta.
Vean; es Premio a la Mejor Actriz de Acción, ¿y qué será eso?, por Transformers, y Premio a los Mejores Labios -esto sí lo entiendo-, por otra heroína tórrida en una peliculilla de caníbales y zombies. No estoy segura de si cuando ustedes lean estas líneas ella seguirá estando de moda; pero las cicatrices por fuego no son un simple tauaje de quita y pon.
En ella todo es redondo y caliente, desde las ondas del pelo, logradas a base de tenacillas, hasta ese escote líquido y proteico.
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