Estos japoneses son tremendos; no inventan nada, pero son únicos para abaratar, e incluso malbaratar, los costes de cualquier cosa. Así, Masako Togawa, la novelista y ex-cantante de cabaré autora de La llave maestra (y de Lady Killer y Un beso de fuego, publicadas simultaneamente por la misma editorial) consigue un gran rendimiento literario con extrema economía. En realidad, lo único que pasa en La llave maestra es que un edificio habitado por un centenar de mujeres enteramente solas se mueve.
Que para ensanchar una calle las autoridades municipales de Tokio opten por desplazar con raíles un gigantesco inmueble constituye, sin duda, un buen arranque para una novela, y más si ese caserón es un depósito lleno hasta los bordes de soledad. Pero lo que hace Masako Togawa con ese prometedor material es dilapidarlo creando intrigas policíacas que maldita la falta que hacen.
Y no porque las ancianas que viven sepultadas en esa residencia que no admite visitas masculinas y cierra su portal a las once no sean capaces de urdir crímenes espantosos, sino porque ante la contundencia literaria de un edificio que anda y de unas mujeres que languidecen de tedio en sus minúsculos apartamentos, cualquier caso detectivesco (y, por lo tanto, convencional) se queda en nada. Pero es que Togawa no confía en que el paisaje que describe cobre vida por sí solo, y llena el edificio, y la novela, de misterios intrascendentes.
La llave maestra, que abre las puertas de todos los habitáculos del edificio, aparece y reaparece en unas manos y en otras pretendiendo apuntalar el asunto menor de la intriga, y también las elipsis de tiempo y persona pugnan por llevar la atención del lector hacia la insustancialidad de un viejo infanticidio cometido años antes por una de las residentes. Inútil; porque lo verdaderamente llamativo, lo singular, es ese edificio de viejas señoritas que se mueve, que se desplaza, y lo de menos es que deje al descubierto o no, en sus cimientos, el cuerpecito de la criatura.
Por economizar poesía y fabulación, Masako Togawa fracasa lamentablemente, y al final, cuando el follón de personajes y situaciones se ha convertido en un laberinto irremediable, tiene que dedicar los dos últimos capítulos a «explicar» lo que ha pasado. Masako Togawa (Tokio, 1933) se presenta al lector español, como queda dicho, con tres novelas, y salvo que Lady Killer o Un beso de fuego no sean tan rematadamente japonesas como La llave maestra, cabe pensar que hubiera sido más prudente sacarlas de una en una.
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