El tipo se llama Erik Sprague. La lengua, como pueden ver, ha sido viviseccionada quirúrgicamente para provocar en usted ese mismo efecto. En vez de cejas, el hombre lleva por dentro unas bolas de teflón. ¿Quiere saber cómo terminaron ahí? «Fue un poco doloroso: no podían poner anestesia y tuvieron que inyectarlo a pelo. Me ha atropellado un coche y no duele tanto». Verde es el tatuaje que le cubre todo el cuerpo, menos los pezones, las palmas de las manos y, efectivamente, el pene. «Ahí tengo otra cosa, digamos que ya no es como antes», se ríe; le rogamos que no dé más detalles. Erik tiene 40 años, viene de Austin (Texas) y, como lleva escrito en el pecho, es un monstruo moderno: un freak. Pero un freak profesional, y orgulloso: «Siempre supe lo que quería ser: un reptil. De pequeño ya pintaba a gente con la lengua bífida, ¡y ahora la tengo yo!».
Ha ido a Madrid a presentar un libro, aunque no te lo creas, Ripley's (Cúpula)- es sentirse en el circo, dentro del circo: la gente se agolpa tras el cristal hasta que él les mira, les hipnotiza medio segundo con esa lengua indefiniblemente indefinible, y provoca una estampida. «A algunas mujeres les interesa especialmente mi lengua, no te diré por qué», se pone picarón. Unas 700 horas de tatuaje le dejaron así, un proceso que comenzó a los 21 años: «El Hombre Lagarto era una leyenda en el mundo del arte corporal. Yo soy el primero real», dice.
La cuestión es: ¿se ha tratado médicamente esa costumbre suya de hacerse agujeros y sangre en la piel? «Pues mira, en un programa de TV me sentaron ante un terapeuta una hora. Esperaban que dijera que estoy loco. Salió y dijo lo contrario: 'Es un tipo inteligente, se quiere y sabe lo que hace'. Ser diferente no molesta a nadie».
Para terminar, un arranque de orgullo freak: «Sueño con un mundo de gente rara. ¡Cada vez más gente quiere ser rara!».
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