Fue la última de los 36.000 participantes en el maratón de Londres. Tardó 17 días en recorrer los 42 kilómetros de rigor. Decenas de entusiastas estaban sin embargo esperando bajo la línea de meta para celebrar la proeza de Claire Lomas: inválida de la cintura para abajo, apoyada en unas muletas y milagrosamente en pie gracias a un dispositivo «biónico» que le permitió llegar hasta el final a paso de robot.
«Me siento como en la Luna» fueron sus primeras palabras después de la larga caminata por las calles londinenses. Hubo momentos de flaqueza, asegura, en que creyó que no iba a ser capaz. Pero la tenacidad es el rasgo que mejor define a esta mujer de 32 años que hace cinco se quedó inválida tras caer de un caballo.
Su marido, Dan Lomas, profesional del rugby, y su hija Maisie, de 13 meses, estuvieron arropándola de cerca durante su travesía urbana y no quisieron perderse el momento en que la maratoniana biónica completaba su personalísimo reto: «Una vez empecé, acepté los días según pasaban y aproveché cada paso para llegar más lejos».
Claire iba embutida en un traje biónico conectado con su mochila, que albergaba un pesado y complejo cerebro informático. Varios sensores instalados en la parte superior de su cuerpo permitían captar su voluntad de movimiento y transmitirla a sus piernas robóticas, dotadas de pequeños motores a la altura de las articulaciones.
Así avanzó fatigosamente, a razón de tres kilómetros al día. En total fueron 40 horas repartidas entre 17 días, arrancando siempre donde lo dejó el día anterior, y seguida a todas las horas por un séquito de cámaras, voluntarios y policías a caballo (su pasión por los equinos no ha menguado pese al accidente y su sueño es ser capaz de volver a montar algún día).
Su traje biónico tiene un precio: 50.000 euros. Claire fue capaz de comprárselo gracias a las donaciones de varios amigos. Su cruzada maratoniana ha servido para recaudar más del doble, 100.500 euros, para Spinal Research, la asociación que patrocinó su carrera, y que destina fondos a la investigación de dispositivos para paliar la parálisis.
Claire confía en que su traje milagroso, diseñado por el empresario israelí Amit Goffer, pueda ser algún día tan asequible como una silla de ruedas. «Después de llevar varios años postrada, no hay sensación comparable a la de poder levantarse y volver a caminar», asegura.
El maratón de Londres, cuenta, no ha sido más que el último escalón en ese camino de autosuperación que se marcó en 2007, cuando la fractura en el cuello y en la espina dorsal le hicieron perder la movilidad de las extremidades inferiores. Por razones obvias, tuvo que renunciar a su profesión de quiropráctica y reinventarse con un trabajo más sedentario: diseñadora de joyas.
Pero su mente y su cuerpo le pedían movimiento, y cuando supo de la existencia de un dispositivo biónico para volver a caminar no tuvo dudas. Más que la apariencia a lo Robocop de sus piernas prostéticas, la mayor limitación del invento es el peso. «Espero que llegue un día en el que la armadura mecánica esté tan integrada en el cuerpo que se pueda correr un maratón sin parar».
Por cierto, no logró una medalla por llegar fuera de tiempo. Pero Jacqui Rose, de Southampton, que llegó entre las 10 primeras, quiso estar personalmente en la meta para regalarle su codiciada pieza de metal: «Tu ejemplo, Claire, simboliza todo lo que nos mueve a correr un maratón».
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