¿Y qué pasa si los chavales quieren ser hoy DJs, pinchadiscos o como quieran llamarse? ¿Qué hay de malo en criar, alimentar y educar a una criatura para que luego salga un angelito como el de la imagen? ¿Por qué no puede uno seguir sus sueños? La vida de Anthony Ghosh-Krisjerker IV ha estado marcada por estas preguntas, aunque la forma de resolverlas no haya sido lo que se dice... En realidad, no se puede decir que haya resuelto muchas cosas en su vida.
Anthony decidió un día que el trabajo que le había conseguido su padre en el negocio familiar no era suficiente para colmar sus expectativas. Quería hacerse de oro. En todos los sentidos de la palabra. Terminaba la primera década del siglo XXI y los disc jockeys movían más panoja que cualquier músico. Tiësto, Richie Hawtin, Laurent Garnier... Anthony veía pasar esos nombres delante de sus ojos y quería ser uno de ellos.
Así que, antes siquiera de saber manejar una mesa de mezclas, decidió emular a su adorado compatriota, el también disc jockey Goldie, e invirtió cerca de 10.000 euros en cambiar su dentadura por piezas de oro.
Todavía consideradas un símbolo de estatus en algunos países del Este de Europa, las dentaduras de oro han sido desplazadas de las sonrisas, en favor de otro tipo de ortodoncias. Raperos y DJs son de los pocos que resisten en Occidente.
Una vez que consiguió el aspecto, sólo le faltaba encontrar un nombre: DJ Talent. Sin embargo, sus comienzos fueron duros. En vez de atraer al público, la única atención que consiguió captar fue la de los rateros, de tanto oro que llevaba encima. Pero el verdadero problema le llegó en 2008, cuando se convirtió, según él, en una de las primeras víctimas de la actual crisis económica. El bajón de la industria musical le obligó a poner a la venta su dentadura. «Podría costarme mi carrera: no sé si destacaré con una dentadura blanca», afirmó en su momento. Al final, la expectativa de tener unos cuantos incisivos y caninos de oro llenos de babas no fue lo suficientemente atractiva para sus fans y Anthony tuvo que conservar su sonrisa metálica.
Pero no se resignó a encontrar una plataforma para alcanzar la popularidad. La halló un año después en el concurso de la televisión inglesa Britain's Got Talent, conducido por el magnate Simon Cowell. Interpretando un rap de un solo verso, causó el estupor en las pantallas británicas y consiguió sus ansiados 15 minutos de fama. Lanzó un sencillo, intentó arañar un poco más de gloria con una canción para animar a Inglaterra en el mundial de 2010, y su fulgor se esfumó.
Ahora, acaba de reaparecer en el circuito de las televisiones locales británicas. «Aparecer en millones de tabloides ha sido el mayor logro que he conseguido en mi vida», dijo. Todo por un sueño dorado.
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