La novia, Nadine Schweigert, de 36 años, llevaba un vestido largo azul intenso con reflejos. El pelo suelto y no dejaba de sonreír mientras sujetaba un pequeño ramo de rosas blancas subida a un pedestal de madera.
La ceremonia se celebró ante unas 45 personas en una galería de arte en Fargo, Ecce Gallery, que combina exposiciones coloristas con clases de yoga. Las amigas de Nadine prepararon tartas para el banquete. Sus padres le regalaron un álbum con fotos de infancia. Y la luna de miel fue una semana después en Nueva Orleáns, justo al comienzo de la primavera.
La peculiaridad es que la novia se casaba consigo misma. No tenía licencia matrimonial de Dakota del Norte, pero decidió organizar una ceremonia para marcar su renacimiento después de un divorcio por el que perdió la custodia de sus hijos y por el que pasó años de excesos de peso, alcohol y tabaco.
«Fue un momento muy feliz, sin tener que cambiarme para hacer a alguien feliz o esperar cambiar a alguien para conseguir lo mismo. Así soy responsable de mi propia felicidad. Depende de mí... El amor que necesito está dentro de mí. Nadie me lo puede dar», explicó Nadine a la CNN en una entrevista. «Era un compromiso de cambiar mi vida. Ha sido un gran viaje. Me siento muy reforzada. Quería compartirlo», dijo. ¿Quería llamar la atención? «En absoluto... Sólo quería celebrar el progreso que había hecho en mi vida. Hace seis años, habría afrontado el problema bebiendo», asegura Nadine, que ahora trabaja en la tienda de una cadena de vitaminas y enseña yoga.
Empezó a darle vueltas a la idea hace un año cuando leyó un libro de autoayuda y lo comentó con una amiga suya, que la animó a volver a leer sus votos matrimoniales aunque fuera para sí misma. Y no era una ocurrencia tan descabellada en Estados Unidos. Varias webs animan a «casarse con uno mismo». En la última feria del divorcio en Nueva York en abril, una empresa llamada A New Dawne (nuevo amanecer, pero con una 'e' extra) ofrecía ceremonias de separación por unos 500 dólares (400 euros). El más solicitado es el rito del fuego para «animar a la persona a arrojar a una hoguera sus malas experiencias durante el matrimonio», según contó a este diario Teresa Dedovitch, la propietaria. La celebración está abierta a las parejas, pero los clientes más habituales son mujeres solas.
La mayoría de los amigos de Nadine la respaldaron, aunque su hijo de 11 años se enfadó con ella. «Mamá, te quiero, pero en este momento me estás dando vergüenza y no voy a ir», le espetó. Al final, según la recién casada, el niño la ayudó con los preparativos y fue uno de los testigos de su unión simbólica. Los padres de Nadine asumieron el rito como una rareza más de su vida. «Siempre ha tenido que hacer las cosas a su manera. De esta generación de jóvenes ya no me sorprende nada», contaba su madre, Charlotte.
Los padres asistieron a la ceremonia para ver de qué se trataba, aunque no hubo padrinos. La boda fue más corta de lo habitual. La novia leyó sus votos: «Yo, Nadine, prometo disfrutar estar en mi propia piel y deleitarme con una historia de amor de por vida con mi bello yo». No hubo ocasión para el beso, pero los invitados lanzaron besos al aire.
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