Con cierta (algunos dirán que calculadísima) regularidad, la moda recupera viejos debates y conocidas polémicas que dan de comer a un mundo que, esencialmente, se alimenta de la controversia. El de la androginia no es un tema ni mucho menos nuevo. La reflexión acerca del cuerpo y sus fronteras, la sexualidad o la identidad vuelve a escena periódicamente y es objeto de inspiración para un buen puñado de diseñadores.
Pero podría decirse que, desde la fiebre unisex de la década de los 90 (cuando Kate Moss y la estética grunge se postularon como alternativa a las supermodelos con cuerpo de Barbie), el filón de la androginia nunca había cuajado tanto como ahora. Uno de los mayores culpables de que el fenómeno haya vuelto a la actualidad es el modelo de origen bosnio Andrej Pejic (Tuzla, 1991), un altísimo, escuálido, casi transparente y dulce maniquí que lo mismo desfila en las pasarelas masculinas que en las femeninas.
Desde su aterrizaje en las pasarelas internacionales, Pejic no ha cesado de trabajar, tanto al lado de compañeros chicos como en las desfiles femeninos, donde es uno de los más fotografiados. El eterno rebelde Jean Paul Gaultier fue uno de los primeros en darle una oportunidad y le contrató en enero de 2011 para que hiciera doblete en los desfiles de mujer y de hombre en la misma temporada. Desde entonces, el run-rún mediático ha acompañado a Pejic en casi todas sus apariciones.
«Creo que la industria de la moda está cambiando, que las ideas preestablecidas se han quedado atrás y que al menos ahora la sociedad lo tiene más fácil para elegir qué es lo que realmente quiere», afirma Pejic con serena rotundidad, ajeno a las polémicas que su ambigüedad sigue despertando. Como cuando la portada que protagonizó en la revista neoyorquina Dossier Journal, en la que aparecía con rulos a lo Marilyn y sin camiseta, fue censurada en las cadenas de librerías Barnes & Noble y Borders.
Ayer, de visita por primera vez en la capital catalana, acaparó toda la atención en el arranque de la Barcelona Bridal Week, la semana de la moda nupcial, luciendo uno de los modelos que la diseñadora Rosa Clará presentó para la próxima temporada. Embutido en un solemne y principesco vestido de novia de escote palabra de honor con encaje rebrodé, Pejic confesaba sentirse «especial» y «bello». «No es la primera vez que me visto de novia, ya lo hice en un desfile de Gaultier. Si me caso algún día no dudaré en hacerlo con uno de estos maravillosos vestidos», explicó el serbio.
Pejic, un niño al que el conflicto de los Balcanes golpeó de pleno (hasta que a los ocho años se mudó con su madre y su hermano gemelo de Belgrado a Melbourne, Australia), no se siente portavoz ni símbolo de nada ni de nadie. «No creo en los iconos, no idolatro a nadie y si represento algo para alguien, no creo que deba ser yo el que lo diga», sostiene el modelo con una sensatez poco habitual para su edad.
«Es obvio que la gente que se siente diferente lo suele pasar mal, y me alegro de que mi presencia en los medios y en el mundo de la moda pueda ser una oportunidad para hablar de lo transexual abiertamente, con naturalidad. Mi infancia fue feliz, no tengo malos recuerdos. Obviamente, todos nos encontramos con diferentes desafíos cuando crecemos, pero tuve una adolescencia plácida, con pósters de Amanda Lear en mi habitación. Recuerdo que me encantaban los New Romantics y Boy George. Y me fascinaba Britney Spears, ¿a quién no puede gustarle Britney?», confiesa Pejic con una risa inocente.
En persona, el modelo desprende una extraña e impactante belleza, a medio camino entre el púber Tadzio de Muerte en Venecia y las etéreas tops eslavas, todo piernas. «La moda por fin le ha abierto la puerta a lo transexual», defiende Pejic, que en su día a día prefiere vestir de hombre (aunque ayer, tras el fitting, se puso falda negra y un top a juego que dejaba su ombligo al aire) y suele usar el lavabo de señoritas. «En el fondo, lo andrógino siempre ha estado ahí, nunca se ha ido. En los 70, con David Bowie, era la industria musical la que explotaba el filón y ahora es la moda la que lo hace», apostilla con naturalidad. Razón, la verdad, no le falta.
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