17 octubre 2013

Emotivo adiós a María de Villota


Dos minutos de intenso aplauso, sentido, profundo. Más de mil personas en pie para abrazar a María de Villota en el cierre de su funeral madrileño. La iglesia de los Dominicos, al norte de la capital, rebosaba ayer noche de recuerdos para la piloto española, fallecida el pasado viernes en Sevilla un año y dos meses después de sufrir un terrible accidente en monoplaza. 

«Una mujer testaruda, con un corazón al abordaje». Su tío Rafael Soler afiló un poco más las emociones de la atmósfera, ya cargadísima, subrayando el tesón de su sobrina, su fuerza arrolladora tras el fatal impacto que la dejó al filo del abismo. «Frena en seco y sonríe, te queda mucho por disfrutar», decía María en las últimas páginas de su libro, La vida es un regalo, en la calle desde el lunes y ayer en manos del sacerdote. Una obra póstuma cargada de optimismo y energía, la que le sobraba a la primera española de la Fórmula 1. 

En Suzuka la recordaron el domingo, antes del gran premio, y ayer representantes de escuderías (Lotus) acudieron al templo. También el piloto Jaime Alguersuari, Carmen Jordá, aspirante a llegar al paddock que pisó María, Carlos Sainz con su hijo, Carlos Jr., y veteranos de la pista como Adrián Campos, uno de los pioneros en las carreras, como lo fue su padre, Emilio de Villota. O como lo fue ella. «No paraba. Se quería comer los días», contaba Pablo, su primo, 20 horas de avión desde Suzuka tras conocer el fallecimiento el pasado viernes. La escudería Ferrari, muy atenta, le organizó el triste regreso a España. 

Los médicos la pedían calma, paciencia, pero ella salió de las tinieblas no para quedarse en casa mirando el iPad, sino con ganas de exprimir a fondo la vida, ese regalo que le cayó del cielo. Una segunda salida a pista, tras pasar por los boxes, con nuevo cumpleaños incluido, el 3 de julio, día del maldito accidente en 2012, mortal con retardo. 

Daba conferencias por toda España, escribía, visitaba a víctimas de accidentes de tráfico. Inyectaba alegría y regalaba ánimos porque sabía perfectamente lo volátil de la existencia. «Perdió media vista, pero con su único ojo ahora veía las cosas importantes de la vida», explicaba el padre José María Solana, que volvió a toda prisa de Israel para dirigir el adiós a la chica que conoció semanas después de escapar del quirófano. «Un ejemplo», decía Ángel Nieto, sin banco libre en el multitudinario funeral, donde la alcaldesa Ana Botella acompañó a la familia. El sacerdote dibujó a María sin necesidad de pincel. «Su paz interior la hacía bellísima». Un gigante risueño. Imposible de olvidar.

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