10 marzo 2013

Trabajan para descontaminar Fukushima palmo a palmo



Centímetro a centímetro, fachada a fachada, miles de operarios trabajan para devolver a la vida la Zona de Exclusión Nuclear de Fukushima. Doce localidades se encuentran dentro del radio de 20 kilómetros alrededor de la central que fue evacuado tras el tsunami del 11 de marzo de 2011. Japón se ha propuesto desde el principio lo que muchos expertos consideran imposible: descontaminar completamente la zona y permitir que las 80.000 personas que vivían allí antes del accidente vuelvan a sus casas a medio plazo.

Hacer nuevamente habitable la zona requeriría rebajar los niveles de radiactividad a 0,11 microsieverts por hora, según las recomendaciones de la Comisión Internacional de Protección Radiológica (CIPR). En zonas de las localidades más cercanas a la central, como Okuma y Futaba, los niveles son decenas de veces superiores al límite. El Gobierno japonés ha recibido la oferta de empresas extranjeras para traer los más modernos sistemas de descontaminación. Tokio, sin embargo, ha optado por el más lento, tortuoso y en su opinión efectivo método: una limpieza a la vieja usanza.

Los operarios, protegidos por trajes especiales, friegan a mano cada casa, farola, coche u objeto expuesto a la radiactividad. El césped y la primera capa de tierra del suelo son removidos y almacenados. La vegetación, cortada. Las autoridades aseguran haber logrado reducir el nivel de radiactividad hasta los 0,8 microsieverts a la hora en los lugares donde el trabajo se encuentra más avanzado. Suficiente para pensar en el regreso de la población.


Las asociaciones de vecinos afectados por la radiactividad exigen más garantías y cuentan con el apoyo de expertos que apuntan a que no basta con haber descontaminado calles y casas, cuando bosques, agua de mar y aire todavía presentan índices poco recomendados. La Organización Mundial de la Salud alertaba días atrás del alza de riesgo de cáncer de tiroides. Su informe aseguraba que una mujer que haya sido expuesta a la radiactividad de Fukushima tiene hasta un 6% más de posibilidades de contraer la enfermedad.

El Ministerio de Medio Ambiente japonés acusó a la OMS de alarmista y dijo que sus cálculos estaban hechos en base a la idea errónea de que «la gente seguía viviendo dentro de la zona de evacuación y consumía comida contaminada». En realidad, la mayoría de la población fue evacuada días después del accidente y sólo quedan media docena de vecinos que se han negado a abandonar sus hogares, incumpliendo la ley decretada por el Gobierno japonés que impide vivir a menos de 20 kilómetros de distancia de la central. «Según mis cálculos enfermaré de cáncer en tres o cuatro años y entonces todo acabará para mí. Es mejor eso que vivir el resto de mi vida mendigando un lugar donde pasar la noche», decía a este periódico en el primer aniversario del desastre Naoto Matsumura, que continúa siendo el único de los 16.000 habitantes de la localidad de Tomioka que no ha sido evacuado.

Más de 80.000 personas tuvieron que abandonar las 12 localidades de la zona de exclusión en los días posteriores al desastre. Todas eran prósperas ciudades que durante años se beneficiaron de la cercanía de la central, que daba trabajo a la mayoría de sus habitantes. Al contrario de lo que sucedió en Chernóbil, el gobierno se niega a dar por perdida para siempre la zona. Ni siquiera las urbes más radiactivas, pegadas a la central.


Los expertos japoneses aseguran que extraer una capa de entre tres y cinco centímetros de tierra reduce la radiactividad entre un 40 y un 80%. La eliminación total del césped logra una reducción de hasta el 90%. Los medidores demuestran que en el caso de aceras y asfalto, la radiactividad puede desaparecer totalmente tras un exhaustivo proceso de limpieza.

El optimismo oficial cuenta con un aliado que se ha mostrado especialmente efectivo: la naturaleza. Los últimos análisis aéreos del aire sobre la prefectura de Fukushima muestran un descenso importante de la contaminación por la dispersión de la radiactividad. La principal preocupación sigue siendo la presencia de cesio 137, un isótopo que se mantiene radiactivo durante décadas y que requiere de más complejos sistemas de descontaminación. Mientras, los trabajos para estabilizar los reactores dañados por el maremoto continúan y se alargarán durante años.

Una vez el trabajo de descontaminación haya terminado, el gobierno se enfrentará al no menos complejo desafío de convencer a los vecinos de que regresen a sus hogares. Una encuesta reciente revelaba que, aunque la mayoría de ellos desean volver, el 60% piensa que no será posible antes de 20 años. Para muchos el temor va más allá de la radiactividad o sus posibles efectos. Sus ciudades han quedado vinculadas al legado de Fukushima y su desastre nuclear, un recuerdo que podría perdurar en el tiempo indefinidamente.

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