26 febrero 2013

El boxeo entra en decadencia



El boxeo está empezando a ser un deporte en decadencia, al ser considerado un ejercicio bárbaro, basto, que anima a la violencia, pero en su origen fue todo lo contrario. Nació como un deporte de caballeros reglado por un barón francés, que practicaban las clases altas, adineradas, elegantes, elogio de la virilidad y metáfora de la existencia. Un deporte de la nobleza, ejercicio de la autodefensa, heredero del duelo tras que este se prohibiera por la democratización de la justicia.

Los gimnasios en los que a principios del siglo XX se practicaba han desaparecido, como el de la plaza de Mosén Sorell de Valencia. No hay veladas de interés, ni se dan las que se organizaban en la plaza de toros de Valencia, ante millares de enfebrecidos aficionados. Actualmente, algunos periódicos de importancia han suprimido de sus páginas la información pugilística y han menguado en mucho sus retransmisiones.

El boxeo parece hijo de otra época, de un mundo mísero, que retrataron con su música Simon & Garfunkel, por el que pululaban periodistas corruptos o descreídos, púgiles ignorantes, organizadores amañadores y un trasfondo mafioso, de apuestas, gimnasios con mucho trasfondo y una retahíla inacabable de fracasos.


Fracasos. Esa es la palabra clave. La literatura de estos submundos no habla de los ganadores, pues ganar es literariamente irrelevante. El boxeador interesa cuando pierde y en poco tiempo se convierte en un borracho abandonado por todos, por su mujer, las mujeres y los amigos, que pasa del hotel de lujo a la taberna, cuyo recuerdo el tiempo diluye en el olvido.

El siglo XIX descubrió el boxeo en Jack London, (formidable su Un buen bistec), Bernard Shaw, Víctor Hugo (hoy se llama así un boxeador argentino), Connan Doyle u Oscar Wilde, que escribió y practicó el boxeo y fue tío del inexistente Artur Cravan, poeta y novelista aficionado a la pintura surrealista, que moqueó en combate al gigante negro Jack Johnson, y después de gozar de una deslumbrante fama marchó a Nueva York y México, en cuyo golfo desapareció en extrañas circunstancias. Su golpeado cuerpo nunca fue hallado…
JACK


En boxeo solo se pierde una vez. En otros deportes, se sube y se baja en el tobogán de la fama. En boxeo no. Quien pierde se convierte en un paquete para entrenamiento de los jóvenes en combates amañados que ahondan en la mística del perdedor, Humphrey Bogart lo protagoniza en Más dura será la caída, Marlon Brando en Nido de ratas, Kirk Douglas en El Campeón o Silvester Stallone en Rocky Balboa.

A la literatura del XIX se sumaron Ernest Hemingway con algunos de los más hermosos relatos de ring, y Jean Cocteau, o Norman Mailer que en El combate hizo eterno el mito de Cassius Clay, Muhammad Alí, o Julio Cortázar, contador de las aventuras de Mantequilla de Nápoles, o hace poco, Pedro Ángel Palou que en 2005 publicó Con la muerte en los puños sobre Baby Cifuentes.

En clave valenciana, Ferran Torrent y su personaje Butxana, a quien ahora se suma Manel Gimeno con El misterio de Bolaños que se acaba de publicar para la Feria del Libro, por la que desfilan los espíritus locales de Torrent Baltasar Berenguer, que se hizo llamar Sangchili para que su padre no lo reconociera, Vicente Llobell, El Rochet de Sedaví, o Manuel Penedés, El tigre de Sueca. La pregunta hoy es, ¿quién le debe más, el boxeo a la literatura o la literatura al boxeo?

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