05 septiembre 2014

La guapa Betty Joan Perske

Betty Joan Perske nació en el popular Bronx neoyorquino, hija de una emigrante judía de origen rumano y de un norteamericano nacido en New Jersey de padres judíos y polacos. 

Su carrera de actriz se afirmó con la velocidad de un meteoro, después de trabajar como acomodadora y modelo, protagonizando a la veinteañera que dejó sin habla a Humphrey Bogart en Tener y no tener; una historia de marginados encantadores y borrachines caracterizados como paladines de la amistad. 

La mujer que asombró al héroe por su delgadez, se manifestaba con variantes de un misterio encarnado en un cuerpo de curvas bien dibujadas que no necesitaban de la opulencia para moverse cimbreantes al abrir una puerta de un hotelucho o subirse a un embarcación que practicaba el contrabando. 

Lo hacía con una convicción y una seriedad que para sí la quisieran muchos guardianes de los tópicos que se conocen como la ley y el orden.

Lauren Bacall no sólo dejó sin habla al tal Harry Morgan, personaje, sino también al actor Bogart, con quien se casó en 1945, y con quien vivió hasta 1957, cuando la muerte acabó con el marido y el actor, que compartió con ella los papeles principales de El sueño eterno (1946),

La senda tenebrosa (1947) y Cayo Largo (1948), una peculiar trilogía que estableció las características de una actriz, cuya complejidad y registros no tardarían en completarse al desplazarse a otros géneros.


El melodrama dirigido por Michael Curtiz El rey del tabaco (1950), con un Gary Cooper enamorado de la chica –precoz madama de un burdel que se comportaba como una señorita exquisita de muy delicados sentimientos–, preparaba el terreno para un nuevo tipo femenino que partía de la sensual flacucha con que apareció en la pantalla para afirmarse en una treintañera que mostraba nuevas habilidades. 

Es curioso observar cómo la carrera de una intérprete tan dúctil y polifacética como Lauren Bacall permite comprender y descubrir conexiones y contagios entre distintos géneros cinematográficos, en principio opuestos entre sí. 

Aunque mucho humor sombrío y desencantado pueda detectarse en las historias literarias inventadas por Ernest Hemingway y Raymond Chandler, hábilmente convertidas en relatos para la pantalla por Howard Hawks, Delmer Daves o John Huston, son a menudo los actores y las actrices quienes iluminan un parentesco secreto entre la aparente rigidez de cada género.

Ella siguió siendo la mujer independiente cuyo atractivo no tardaba en imponerse, a pesar de que los varones que a él sucumbían quizá no supieran identificar en qué consistía, qué secreto ingrediente sintetizaba la inteligencia y la delgadez, una elegancia que podía calificarse de natural con esa sonrisa de boca grande, tan amable que aseguraba simpatía mientras amenazaba con exquisita educación que aquellos dientes estaban hechos "para comerte mejor", como los del lobo en el cuento de Caperucita.


Perfectamente creíble resultó la ya estrella como la mujer despechada que en Cómo casarse con un millonario (1953) animó a sus amigas a instalarse en un gran piso que no pueden pagar para cumplir el sueño de toda chica norteamericana de clase media. 

Convertida luego en mujer casada, con crisis conyugal incluida, en El mundo es de las mujeres (1954), dirigida también por Jean Negulesco, hasta que logra convencer a su marido, Fred Mac Murray, de que no todo en la vida es trabajo y sumisión a la empresa. 

La joven delgada sigue siendo esbelta, una treintañera cuyo posible misterio es expresado con las calidades de la melancolía, como viuda en La tela de araña (1955) de Vincente Minnelli, y con las energías de una decisión, que en el melodrama de Douglas Sirk, Escrito sobre el viento (1956) lleva a la esposa a huir con su amante.

Pero es quizá Mi desconfiada esposa (1957), una de las grandes comedias de Vincente Minnelli, donde la figura femenina encarnada por Lauren Bacall cristaliza como síntesis de una variada tipología. 

Ya se sabe que la refinada diseñadora está muy bien educada, se siente comodísima en su ambiente considerado convencionalmente sofisticado, pero sabe apreciar las virtudes de virilidad, honradez y pundonor profesional de un periodista deportivo: Gregory Peck. 

Con él debe adaptarse no sólo al desenfado de sus amigotes reunidos en timba humeante en el salón contiguo, sino a las amenazas que sufre su marido por parte de un mafioso experto en tongos. La diseñadora, tal es el título original, se diría que tiene la rara capacidad de inventarse continuamente a sí misma, como sistema infalible para sobrevivir en un mundo en cuyos modelos no encaja. No es tan guapa como Kim Novak, ni tan atractiva como Marilyn Monroe, ni siquiera una actriz de tantos recursos como Katharine Hepburn.

Casada con Jason Robards Jr. (1961-1967), de quien tuvo un hijo, que se suma a los dos vástagos de Bogart, Lauren Bacall ha seguido activa hasta el final, interviniendo en películas y series televisivas; solicitada por Robert Altmann en Prêt-a-Porter (1994), y por Lars von Trier en Dogville, su nombre figuraba el año antepasado en un curioso proyecto de un entusiasta del cine negro, llamado Thomas Konkle, director de una película con el mismo título de una antología de Raymond Chandler, Trouble is My Businnes.


Muere en el umbral de los 90 años una de las últimas figuras del cine que ya no existe, el arte que con el número 7 atravesó puede decirse que el siglo pasado íntegro, o casi, con una riqueza y variedad que, en su formulación clásica, no es arriesgado asegurar que ha perdido. 

La cinefilia, entendida como enfermedad incurable, defiende la añoranza como uno de sus síntomas más apreciados. También queda algún cinéfilo inmune a la nostalgia que abomina el lloriqueo por una infancia y juventud perdidas, pero que se atreve a reconocer las pérdidas y lamentarlas desde una época de decadencia, como la presente, animado a recuperar el pasado con una actitud de visitante de un museo. Aunque suene algo funerario.

Para nostálgicos de diverso signo, la muerte de Lauren Bacall y de Betty Joan Perske tal vez pueda celebrarse –como homenaje póstumo y nunca tardío– con la visión de una película bastante extraña. El último pistolero, The Shootist, en su título original, es un western de Don Siegel de 1976 al que puede aplicarse el adjetivo crepuscular. 

Nuestra actriz apenas había iniciado la cincuentena, pero sus compañeros de reparto son dos talludos; John Wayne, un pistolero enfermo de cáncer y un médico que no puede curarlo, James Stewart, ambos varones con 68 años entonces. 


Un título quizá no particularmente memorable dentro del género, pero que viene a la memoria como expresión de un encuentro; dos generaciones de intérpretes que, al tratar de hacer más llevadera la extinción al pistolero, están despidiéndose de una época y de un estilo de actuación.


Lauren Bacall, actriz, nació el 16 de septiembre de 1924 en Nueva York y falleció en la misma ciudad el 12 de agosto de 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario