06 agosto 2013

El teléfono rojo de La Casa Blanca


El día 30 de este mes, el teléfono rojo cumple 50 años. Nació en 1963, porque el presidente de EEUU, John (Jack para los amigos) Kennedy, decidió que necesitaba una vía de comunicación directa con el dictador soviético, Nikita Jruschov. Apenas 10 meses antes, cuando había puesto al mundo al borde del Holocausto nuclear en la crisis de los misiles cubanos, Kennedy se había dado cuenta de que no tenía forma de contactar directamente con el Kremlin, y que, tanto él como Jruschov, estaban presos de diplomáticos, asesores y generales con el gatillo atómico fácil. 

La Casa Blanca y el Kremlin hablarían por ese teléfono en la Guerra de los Seis Días y la del Yom Kippur, durante la invasión soviética de Afganistán y las protestas sindicales de Solidaridad en Polonia... Pero, para llamadas espectaculares, la que, según el escritor estadounidense especializado en biografías, Christopher Andersen, tuvo lugar poco antes de que se instalara el teléfono rojo. En un extremo de la línea, en la Casa Blanca, la primera dama de EEUU, Jacqueline Kennedy. En el otro, la estrella de Hollywood, mito erótico del siglo XX y amante del presidente, Marilyn Monroe. 


Marilyn llamaba a Jackie para decirle que su marido la iba a abandonar y se iba a ir con ella. Jackie respondió con una voz tan sensual como la de la actriz: «Marilyn, te vas a casar con Jack, va a ser fantástico. Y te mudarás a la Casa Blanca y asumirás todas las responsabilidades de la Primera Dama y yo me iré a otro sitio y tú tendrás todos los problemas». A Jackie no le sorprendió. Ella sabía todo de las amantes de su esposo. Todo significa todo. Hasta lo que hacían en la cama. Y cómo lo hacían. 

Eso es lo que dice Andersen en su nuevo libro These few precious days: The final year of Jack with Jackie (Esos pocos y preciosos días: El último año de Jack con Jackie). La veracidad de la información es imposible de demostrar o refutar. La fuente es el actor Peter Lawford, cuñado de Kennedy y compañero de juergas con Frank Sinatra y la Mafia en Las Vegas, y fallecido en 1984. 

De la prepublicación de Those few precious days se extrae que el libro no realiza ningún descubrimiento excepcional acerca de la vida del presidente al que en EEUU, con la sola excepción de su relación con Monroe. Andersen muestra cómo el llamado Camelot –el nombre del reino mítico del Rey Arturo, que se aplicó a la Casa Blanca durante la presidencia de Kennedy por el encanto de Jack y Jackie– era un mundo sórdido. Un presidente educado para tener éxito a cualquier precio, enfermo desde la adolescencia, adicto a las anfetaminas y probablemente al sexo. Y una esposa que había sido formada para ser el reposo del guerrero. 


Pero Jackie nunca lograrlo. Porque Jack estaba obsesionado con el sexo, pero tenía aversión a la intimidad. Para Kennedy, sólo había sexo. O sea, penetración. Nada de caricias o afecto. El perfil que Andersen traza del presidente de EE UU es similar al que la Justicia francesa ha hecho del ex director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn: un hombre extremadamente inteligente y sin escrúpulos, con una mujer sumisa y una fijación con el sexo que contrasta con su incapacidad para relacionarse con otras personas. 
Ahí es donde entró Marilyn. Sus días de gloria en el cine se estaban empezando a terminar. Hollywood se resistía, además, a considerarla una actriz seria. Su futuro era el de Primera Dama. O eso pensaba ella. 
Pasara lo que pasara, Kennedy y Monroe murieron y Jackie se fue.

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