La vida ha dado muchas vueltas para Susana Acosta y Nélida Fernández. Se enamoraron en un convento siendo monjas, en la década de los 90. Ahora son convictas en prisión y novias casamenteras, y se disponen a dar el «sí» en el registro civil y gozar de su nido de amor entre rejas.
Las religiosas se han convertido en las primeras presas en conseguir autorización de la Justicia para una boda en la cárcel de la Banda del Río Salí, provincia de Tucumán, en el norte de Argentina. Allí purgan sendas condenas a 20 años de encierro, hasta 2026, por asesinato.
Todo ocurrió la mañana del 31 de julio de 2006, cuando ambas recibieron a Beatriz Betty Argañaraz en el piso que compartían en San Miguel de Tucumán, 1000 kms al noroeste de Buenos Aires. La mujer era docente y compañera de Acosta en el colegio parroquial Padre Roque Correa.
La disputa entre Acosta y Betty por ocupar la dirección vacante del instituto generó una discusión que derivó en una paliza mortal a la visitante, cuyo cadáver habría sido sacado del edificio a bordo del automóvil de la pareja.
La única testigo del crimen, según trascendió luego a través del expediente judicial, fue una niña de siete años, hija adoptiva de Acosta, que aquel día acudió a clase y le contó a la profesora que en su casa su madre y una amiga suya «golpearon a una señora».
En diciembre de 2009 la Cámara Penal de Tucumán enjuició a Susana y Nélida. Las pericias hallaron más de 100 pruebas confirmatorias en el piso de las enjuiciadas. Entre otras, restos de cabellos y sangre de Betty. Sin embargo, a la hora de defenderse, Fernández alegó: «Jamás en mi vida mis manos hicieron daño a nadie, sólo dieron
vida».
El veredicto fue de 20 años de prisión por el delito de «homicidio agravado con alevosía». Si la pareja sigue con buena conducta, en agosto de 2016 empezará con salidas transitorias. El cadáver de Betty jamás apareció.
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