El culebrón sobre los presuntos abusos sexuales de
Woody Allen a su hija adoptiva Dylan y el papel jugado por su ex esposa, Mia
Farrow, en todo el escándalo está poniendo a uno de los directores de cine más
admirados del mundo y a una de las actrices y activistas con más prestigio de
Estados Unidos a la altura de Kiko (tanto Matamoros como Rivera) y Belén
Esteban.
Es el
cotilleo de la gente intelectual y de izquierdas de Estados Unidos. Y, como
tal, la pelea no se dirime en las páginas de People o en los platós del programa de
televisión Maury –que se especializa en pruebas de
paternidad y en polígrafos– sino en las muy venerables páginas de Opinión de The New York Times.
La «vieja
dama gris», como los pedantes todavía siguen llamando al diario de referencia
neoyorkino, queda así convertida en la versión culta de Us, una revista que cualquiera
se puede comprar en el súper.
Y con un doble ganador del Premio Pulitzer, Nicholas Kristoff –compañero de Mia
Farrow de causas humanitarias en Sudán– y Barbara Walters –la matriarca del
periodismo televisivo estadounidenses– transformados en Jorge Javier Vázquez y
Lydia Lozano, respectivamente.
Este
viernes llegó el penúltimo episodio de la serie, con un artículo de Allen
publicado, evidentemente, en The
New York Times, en el que volvía a reiterar que él no abusó sexualmente de
Dylan cuando ésta tenía siete años, y que toda ha sido una invención de Mia
Farrow, que lleva más de dos décadas manipulando a la joven «para que odie a su
padre porque es un monstruo».
Entre los argumentos que da Allen para justificar
su inocencia, está uno que cualquier aficionado a su cine juzgará irrebatible.
«Incluso
el escenario en el que el falso acoso supuestamente tuvo lugar, ha sido
erróneamente elegido.
Mia escogió el ático de nuestra casa de fin de semana
[como el lugar donde presuntamente Allen abusó de Dylan], un sitio que ella
debería haberse dado cuenta que nunca visito porque es una habitación pequeña,
llena de trastos, donde uno casi no puede ponerse de pie, y yo tengo una
tremenda claustrofobia. Solo he estado una o dos veces allí para buscar algo, y
me tuve que ir corriendo», dice Allen.
Pero,
al margen del argumento médico, la línea de defensa de Allen es la misma que ha
mantenido en todas sus controversias –legales y personales– con Farrow: su
compañera entre 1982 y 1992 es un monstruo que ha manipulado los sentimientos
de Dylan –que en la época en la que los dos se separaron sólo tenía 7 años–
para volverla contra su padre adoptivo.
En todo el artículo el cineasta no cesa
de repetir que Farrow lavó el cerebro de Dylan, que ahora tiene 28 años, y que
la chica se ha creado una fantasía en su cabeza de la que no es capaz de salir.
Allen
recuerda en su artículo que, cuando Farrow le acusó de haber abusado
sexualmente de Dylan, él accedió a someterse a un detector de mentiras «y por
supuesto pasé la prueba porque no había mentido» A continuación, «le pedí a Mia
[hacer lo mismo] y se negó».
El director y actor también saca a la palestra a
una ex novia, Stacey Nelkin, que tuvo una relación con Allen en la década de
los ochenta, cuando ella tenía 17 años y él 52.
Según
ha declarado Nelkin esta semana a la cadena de televisión CNN, durante la
separación entre Allen y Farrow, el equipo asesor de ésta le pidió «que
prestara declaración en el juicio y dijera que yo tenía 15 años cuando salimos,
y les dije que no, porque empezamos cuando yo tenía 17 y acabamos cuando yo
tenía 19».
Nelkin, que conoció a Allen cuando éste grababaManhattan, en
1978, acusó a Farrow de «tratar de crear la idea de que éste es un hombre que
busca a chicas jóvenes para seducirlas». Lo cual, basado en su propia
experiencia y en la actual esposa del director, Soon-Yi Previn –también su hija
adoptiva, también 45 años más joven que él– resulta cierto.
La cuestión, sin
embargo, es si a Allen le gustan jóvenes o le gustan niñas, porque en el
segundo caso la cosa deja de ser de gustos y pasa a entrar en el terreno penal.
Entretanto,
ayer por la mañana Dylan respondía a través del Hollywood Reporter. Según la
joven, el artículo de su ex padre adoptivo no es más que «la última vuelta de
tuerca de las mismas distorsiones legales y mentiras que me ha echado encima
durante los últimos 20 años».
Dylan recuerda que la sentencia del juicio en el
que Allen y Farrow rompieron su relación, en 1992, dice que «no hay evidencia
creíble que sostenga la alegación del señor Allen de que la señora Farrow
entrenara a Dylan [para ir contra él] o que actuara movida por la venganza
contra él por haber seducido a Soon-Yi».
No es más que un giro más en una
historia en la que Allen también recuerda cómo la policía, tras una
investigación llevada a cabo por expertos de la Universidad de Yale, no dio
credibilidad a las acusaciones de pederastia de Dylan y de Farrow.
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