Lo que en la Prehistoria ya era algo natural, ahora hay que enseñarlo. Antes de que llegara el homo erectus, una veinteañera etíope, Lucy, ya sabía que el sexo no servía únicamente para reproducirse. Así lo cree el arqueólogo Timothy Taylor, autor de La prehistoria del sexo. En 2013, la psicóloga y sexóloga rusa Catalina Lyubimova enseña más de 50 formas distintas de provocar placer en los hombres en menos de tres horas, por 4.500 rublos, poco más de 100 euros.
Para qué ir a yoga o a Pilates, a ejercitar el propio cuerpo, si se puede tener un marido feliz. Un planteamiento bastante alejado del uso ideológico de la sexualidad que promueven las jóvenes que integran la nueva ola del feminismo nacida en la vecina Ucrania: Femen.
Lyubimova ofrece sus cursos de entrenamiento en el arte del sexo oral en su academia del centro de Moscú, y la primera condición es entender cómo es la sexualidad de un hombre, fundamentalmente por estar en las antípodas de cómo disfruta una mujer. No hay pudor a la hora de sostener un pene de silicona con ambas manos y colocarlo cerca de la vagina. Con Catalina, 15 mujeres se ponen en fila y atienden recomendaciones con buen humor.
Para hacer el curso más real, sus falos de mentira se pegan a un espejo, para que sea necesario agacharse si se quiere aprender. Catalina pone el gesto. ¿Cómo ser sexy ante el hombre? De forma similar a la imagen que ofrecía, en la década de los 70, la legendaria película Garganta Profunda y su protagonista, Linda Lovelace, responsables de que el sexo oral se democratizara o pasara a formar parte de las conversaciones sin miedo a ser juzgado como pervertido, o pervertida.
El centro de Lyubimova es la primera escuela del sexo conocida, o la primera de la que hay imagenes. Una particularidad: los hombres no son bienvenidos. Lyubimova no ofrece ningún curso para que los hombres consigan un 10 en lo que respecta a los secretos del cunnilingus, porque según la sexóloga «un hombre nunca va a reconocer sus límites en términos de diversión». Sexual, se entiende.
Una de las máximas de Lyubimova, a la hora de ejercer la docencia sexual, es la confianza. Por eso todas las monitoras son mujeres, y todas las alumnas también. A ellas les enseña truquitos para que su partenaire les haga disfrutar. Es decir, el placer sexual del hombre depende de la mujer, y el de la mujer también. «Usted será capaz de tener un amante ideal, el adulterio no es la solución», proclama.
Su discurso sostiene que «el sexo es el arte número uno». «Cada mujer puede ser, en la cama, la guionista de las fantasías de su pareja y, si es capaz de dominar varias técnicas sexuales, su éxito de cara a los hombres está asegurado», reivindica.
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