23 septiembre 2013

Anthony Watts es el hazmerreír


La guasa tiene precedentes y estos días en la prensa australiana gusta repasarlos. John Hopoate, que en 2001 fue despedido por los West Tigers de Sydney y acusado de violación por introducir el dedo en el ano a tres rivales en un mismo partido. Chocolate Fingers, le apodaron. Peter Filandia, de los Sydney Swans, que en 2002 se enredó con un rival y le acabó mordiendo el escroto hasta enviarlo al hospital. O más recientemente, el inglés Sam Burguess, que el mes pasado, jugando por South Sydney, frenó a un contrincante agarrándolo por los testículos por detrás en lo que se llamó «el placaje de la ardilla». El rugby es un deporte de contacto. 

Pero el caso de Anthony Watts tiene un sentido especial. El pitorreo es escarmiento. Y, por eso, se multiplica. Demasiadas temporadas llevaba ya Watts, medio melé de 27 años, presumiendo de malote, acumulando actos despreciables dentro y fuera del campo. 
Torció su camino en 2011 cuando, siendo una estrella de la NRL, la primera división de Australia, fue detenido (y despedido por los Sydney Roosters) por golpear a su prometida en estado de embriaguez. Y de ahí hacia abajo. El año pasado emigró a Inglaterra y fichó por los Widnes Vikings, pero apenas pudo jugar un partido, tras protagonizar varios graves altercados de bar, la policía le denunció por posesión de cocaína y tenencia ilegal de armas. Este año, ya olvidado por el deporte de élite, mantiene varios juicios pendientes como miembro de una banda de moteros, The Finks, perseguida por asesinato, extorsión, robo y tráfico de drogas. 


Pero el pasado 1 de septiembre, en un partido de la copa regional de la Gold Coast (la única que ya lo acepta), mordió el pene de un rival. Y todo cambió: hoy es el centro de todos los chistes. El bitegate, lo llama la prensa local con sorna. Incluso una web satírica taiwanesa, NMA, le ha dedicado un vídeo de animación con notable éxito en Youtube. 


Ocurrió ante los Bilambil Jets jugando Watts en las filas de los modestos Tugun Seahawks. En los últimos minutos de partido, Clark Stanford le placó fuertemente para evitar el ensayo con tan mala suerte que la entrepierna de uno quedó sobre la cabeza del otro. Atendiendo a la moviola, hubo mordisco y fuerte y, más claro lo debió ver el árbitro después de que Stanford, sin pudor, aún dolorido, se bajara los pantalones en medio del campo para mostrarle la herida. Pero el señalado, claro, lo negó todo. 


Recurrió la sanción de dos meses que le cayó esgrimiendo un argumento sencillo: «Llevaba protector bucal». «La acusación es de risa, pero yo tengo que vivir con ello, con las bromas. Yo sé que no lo hice y mi familia también», explicaba el miércoles pasado ante el Tribunal de Disciplina Deportiva que esta semana debe tomar una decisión. «Es bastante asqueroso estar en medio de todo esto pero ya he pasado por muchas cosas en mi carrera», añadía ya sin remedio para su conversión. De ser el bad boy del rugby australiano al hazmerreír.

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