Compresas con o sin alas, para los primeros días o para los últimos, con neutralizadores del olor y hasta para llevarlas cómodamente en el bolsillo. Las mujeres occidentales tienen mil opciones donde elegir y a un precio al alcance de cualquier bolsillo.
En la India, por el contrario es un objeto casi de lujo. De hecho, sólo un 12% de los 355 millones de mujeres que las necesitan cada mes las utilizan de manera habitual. El resto tiene que conformarse con usar trapos viejos, hojas secas, periódicos o incluso cenizas.
Arunachalam Muruganantham no entendía por qué su mujer se pasaba las horas lavando trapos sucios. Ingenuamente le preguntó por qué lo hacía y su respuesta no le dejó indiferente. Su esposa le explicó que se veía obligada a hacerlo durante la menstruación, y cuando él le sugirió si no sería más sencillo e higiénico acercarse a una tienda y comprar compresas, ella le espetó: «Si compro compresas, no podré comprar leche para la familia».
Preocupado y sin entender muy bien por qué algo tan sencillo podía venderse tan caro, Muruganantham se propuso crear una compresa de bajo coste para las mujeres con escasos recursos económicos. Sin embargo, no fue una tarea fácil. Pronto se dio cuenta de que en la India la menstruación era un tema tabú y ni siquiera su mujer quería hablar de ello.
Lejos de rendirse, Muruganantham siguió adelante con su criatura. Interesado en saber cuál era la composición exacta de las compresas, probó suerte con bolsas de sangre de cabra para simular una menstruación, pero el experimento fracasó. Después, lo intentó repartiendo compresas entre las jóvenes de su aldea y recogiendo las muestras usadas para medir su nivel de absorción.
Avergonzadas y sin entender muy bien su obsesión, su madre y su mujer decidieron abandonarlo, pero ni siquiera esto sirvió para que dejara a un lado sus experimentos. Convencido de que tenía entre sus manos un negocio rentable, Muruganantham hizo lo imposible para hacerse con muestras de compresas de diferentes marcas americanas. Enseguida descubrió que todas tenían como base la celulosa. El problema para su fabricación no residía, por tanto, en la materia prima, sino en la máquina que se usaba para su comprensión, que era muy cara.
Ahora, tan sólo tenía que crear una máquina capaz de hacer lo mismo pero con un coste mucho menor, y lo consiguió con sangre, sudor y lágrimas. Con una inversión inicial de 75.000 rupias, alrededor de 1.000 euros, ideó un aparato capaz de producir 120 compresas por hora. Sin apenas darse cuenta, este emprendedor indio, de extracción humilde y sin estudios, acababa de revolucionar un sector, el de la higiene íntima, que mueve miles de millones en todo el mundo.
Su éxito no sólo trajo felicidad a muchas mujeres indias que ya pueden comprarse compresas sin dilapidar el presupuesto familiar, también a él mismo, que volvió a reencontrarse con los suyos. «No les guardo rencor, entiendo que mi madre me dejara solo. Le hubiera resultado muy duro verme analizando compresas usadas por otras mujeres».
El rey de las compresas low cost dejaba el anonimato y se convertía en ejemplo de un joven emprendedor que no dejó que los tabúes y los obstáculos frenaran su ingenio. Hoy, sus máquinas funcionan en numerosas áreas rurales indias y hay muchos empresarios interesados en hacerse con una.
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