Hay muchas maneras de pasar a la posteridad. Ganar una
batalla en ultramar, pintar un cuadro, descubrir la penicilina, marcarle un gol
a Malta... o crear los Doritos. Eso hizo Arch West, que vivió 97 años, así que
muchos Doritos no debió comer el hombre.
Porque los Doritos -no nos engañemos-
están muy buenos, pero no serían, precisamente, la piedra angular de una dieta
equilibrada (260 calorías por bolsa).
Ricos están. Sin embargo, hace 50 años, nadie en Frito Lay
-compañía para la que trabajaba West- confiaba en su éxito.
La idea se le había
ocurrido durante un viaje en familia a San Diego, cuando se detuvo frente a un
puesto callejero en el que vendían totopos, unos trozos de tortilla de maíz muy
populares en México. West vio claro el negocio y se hizo multimillonario.
Tan orgulloso estaba el bueno de Arch de su invento que su
familia decidió enterrarlo junto a un puñado de Doritos. Me parece una idea
estupenda: por un lado homenajeas al difunto y por otro te aseguras que durante
el viaje tenga algo para picar.
Sólo espero que al llegar a su destino y antes
de darle la mano a Dios, tomara la precaución de chuparse los dedos...
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