09 abril 2012

Amy Hildebrand,una fotógrafa que a penas ve a más de 20 centímetros.



El ginecólogo les dijo a sus padres que Amy Hildebrand había nacido ciega. Y sin embargo ella sigue sin aprender braille 27 años después y se gana la vida como fotógrafa desafiando a quienes auguraron que había barreras que no podría traspasar. «Mi experiencia me ha enseñado que uno no debe dejar que nadie le diga que no puede hacer algo», explica Amy.

La joven nació albina, una condición que origina problemas de visión de distinto alcance. Los médicos aseguraron que su ceguera era irreversible, pero sus padres no se resignaron y enrolaron a su hija en un ensayo clínico. Con cinco meses le implantaron unas lentillas especiales y con ocho logró la proeza de distinguir el rostro de su padre. 

Su discapacidad no le impidió seguir las clases con la ayuda de un encerado blanco y un profesor de apoyo. Siendo una adolescente, sus padres dieron con un médico que buscaba pacientes para otro ensayo clínico. «Se trataba de corregir un movimiento constante de mis ojos que me provocaba dolores de cabeza», recuerda: «La operación fue muy agresiva y estuve semanas sin poder abrir los ojos. Pero al abrirlos todo había cambiado». 


Amy acababa de cumplir los 15 años cuando descubrió su vocación. Estaba en la playa con sus padres y cogió la cámara para hacer unas fotos a su hermano pequeño. «Me pasé la tarde entera disparando. Le pedía a mi hermano que corriera hacia los pájaros o que chapoteara. Recuerdo que sentí cierta excitación y terminé varios carretes», relata. «Luego me olvidé hasta que revelamos las imágenes y me di cuenta de que había hecho unas fotos bonitas. Mi padre aún las tiene colgadas en su despacho. Creo que ese día descubrí mi vocación». 

Sus padres le compraron una cámara profesional y Amy experimentó en el instituto con varias Polaroid. Eran fotos de sus amigos y sus lugares favoritos y aún están guardadas en una sombrerera de su habitación. El dependiente de la tienda de revelado enseguida se aprendió su nombre y sus padres comprendieron que su hija tenía un don. 


«Les dije que quería estudiar fotografía y al principio se resistieron», recuerda Amy: «No estaban seguros de que mereciera la pena hacer una inversión así. Llevé mis fotos a distintas escuelas de bellas artes y les pregunté a varios profesores si creían que mi vista podía ser un problema. Algunos dijeron que sí, pero yo no les creí. Sabía que hacer fotos era lo que quería y que nada podría pararme». 

Es difícil explicar hasta dónde llega la vista de Amy. «Veo más o menos bien las cosas que tengo a unos 20 centímetros», explica. «No puedo ver los botones de la camisa de mi marido al otro lado de la habitación. Pero sé que están ahí porque reconozco el color de la prenda y la he doblado muchas veces. Sé que las cosas están ahí aunque no las vea y así construyo mi realidad». 


La joven inició en septiembre de 2009 un proyecto que está a punto de terminar. Se trataba de hacer una fotografía cada día durante 1.000 días y retratar así la belleza cotidiana. Amy dice que ha desarrollado un sistema para trabajar con los ojos cerrados y asegura que no habría cumplido su sueño sin sus padres: «Ellos me enseñaron a ver mi problema como un obstáculo que debía saltar y me animaron a jugar al fútbol e ir de acampada con mis amigos. Querían que mi vida fuera como la de los demás y así ha sido».

3 comentarios:

  1. Solo podra echar fotos de cerca...

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  2. Podrías decir al menos de donde has cogido el articulo y firmárselo a su autor. Un saludo
    Eduardo Suarez

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  3. (Sospecho que Eduardo Suarez lo ha escrito, a él se deben los honores de la fotógrafa de la ONCE).
    Gracias Eduardo por tu aportación.

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