02 enero 2012

Ricky Rubio empieza el nuevo año.

Permitan ustedes, por ser Año Nuevo, una pequeña referencia personal. No conozco otro cronista de baloncesto aún más veterano que yo en el mundo entero que Peter Vecsey, viejo amigo desde que él era joven reportero que cubría una liga recién nacida y con muchos problemas, la ABA, y yo el estadístico invitado por los New York Nets a su campamento de verano, donde la mayor estrella era un tal Jim Ard, totalmente olvidado hoy. Han pasado cuatro decenios y Pete está en el Salón de la Fama de Springfield tras una carrera que lo catapultó a la celebridad al convertirse en columnista de The New York Post en 1976 y, poco después, en comentarista de televisión (NBC, hoy NBA-TV). Y no nos andemos por las ramas: buena parte de esa fama se la debe a su estilo vitriólico, profundamente sardónico y hasta hiriente, que le ha valido al menos tantos enemigos como esos que, como yo, aún pueden llamarle amigo (quizá porque nunca ha tenido ocasión de escribir sobre nosotros...).

Pues bien, ése es el periodista que acaba de dedicar a Ricky Rubio los mayores piropos, los ditirambos más encendidos desde que aquellos tiempos, hace tres o cuatro años, en que Ricky parecía tocado por una varita mágica y nos tenía a todos encandilados; antes de ese tremendo apagón de su juego hace temporada y media. Ayer, en el Post, escribía: «ahora sé por qué tanto ruido. Ahora sé por qué tantos directivos y ojeadores de la NBA llevaban tantos años encantados. Ahora sé por qué Donnie Walsh [ex responsable técnico] ofreció dejar de fumar con tal de que Ricky Rubio fichase por los Knicks. Sólo hizo falta una finta y penetración el viernes por la noche contra los Heat para que me diese cuenta de que estaba contemplando a un visionario. Desde ese momento, cada vez que el novato de los Timberwolves manejaba la pelota no pude evitar fijarme en el delgado y habilidoso español con los ojos como platos. Casi de desmayo. ¡Qué divertido es este chico de 21 años! Ah sí: y eficiente también».

En su blog, en el que amplía sus columnas, Vecsey añadía un mensaje de uno de sus lectores fieles: «Vaticino que Estados Unidos perderá en Londres y que Rubio será la diferencia».

Vecsey, en sus entusiasmos y en sus ataques viperinos, no deja de equivocarse o de ser injusto, como cualquiera de nosotros. Recuerdo su campaña contra el entonces entrenador de los Nets, Lou Carnesecca, por proteger a un ex jugador suyo en la Universidad de St. John's, el pívot Billy Paultz: se equivocaba de medio a medio, porque Pautz era un gran jugador. Por tanto, tampoco es el oráculo de Delfos. Y puede hacer sonreír el enamoramiento de toda América con Ricky después de tan sólo... ¡tres encuentros, tres!

Sin embargo, no se pueden tomar a beneficio de inventario ni sus opiniones ni la impresión que nos ha dejado a todos los que hemos podido ver esos tres partidos. Aquí hay algo bastante espectacular, un reencuentro de Rubio consigo mismo que muchos dijimos esperar de su marcha a Minnesota pero del que nadie podía estar seguro de antemano. Como si se hubiese quitado una tonelada de encima de los hombros, Rubio está de nuevo jugando de manera instintiva, controlando el ritmo del partido, pasando el balón con una mano sobre el bote y mirando hacia otro lado, desconcertando a los defensores. Y con confianza: empieza a demostrar seguridad en el tiro, algo olvidado desde aquella gran mejoría suya en la temporada 2009-10. Un estilo mucho más rápido que en el Barcelona, en el que se le deja mandar y no sólo subir balones, le ayuda. Pero quedan 63 partidos... Ahora, a confirmar. Lo más duro.

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